viernes, 1 de abril de 2016

Sinfonía capital número 31


La lujuria me educó en el sabio proverbio del más vale calidad que cantidad.

Al orgullo le invoco cuando me sale de los huevos. Y si no, me lo paso por el forro de los mismos.

La pereza me enseñó que...

La ira es una hija de la gran puta desgraciada con tal grado de minusvalía mental que es capaz de derribar la más fuerte y sensata de las razones. Pero algunas razones la necesitan para engordar lo justo como para ser fuertes y sensatas.

...me enseñó que la juventud...

Cuando la codicia tenga el valor suficiente, dejará de ser codiciosa. Mientras tanto seguirá siendo la maestra más odiada de la clase.

Seguro que la envidia está rabiando un puñao de verme satisfecho con mi reino. Tan inmensamente grande, que está gobernado por pequeños detalles.

...que la juventud no se debe posponer en el tiempo.

Y la gula me instruyó en el buen arte de besarte, mordisquearte, masticarte, pastarte, devorarte, desayunarte, almorzarte, cenarte, pero nunca nunca nunca, joder, nunca, aunque esté a punto de reventar... nunca ayunarte.

Porque todos los pecados tienen algo que ofrecer.
Excepto el peor de todos ellos:
No mirar siempre hacia delante.