sábado, 5 de abril de 2014

Madrid - Interior de domicilio - Día

Pacofloro y Floripetra entran agarrados de la mano al dormitorio y se besan durante diez segundos, con lengua y todo. Van descalzos, pero no tienen frío. Él se separa ligeramente de su mujer y la observa con el mismo entusiasmo que la primera vez. Es un rostro pícaro, hermoso, juvenil, piel tersa como una llanura, ojos pardos plagados de chispas, labios tiernos y delicados.
Tan delicados, piensa, como los sueños. Y las figuritas esas de porcelana.

Floripetra observa a su marido y le pellizca las nalgas con una sonrisa pícara, hermosa, juvenil. Su barbilla está levemente irritada por el roce con la barba de Pacofloro. Él también se pone rojo, pero de rubor. Firmes nalgas, ancha espalda, recias piernas. Como un chaval.
Está para que mañana, piensa, gane una maratón. Y nade hasta Formentera.

Ella le guía hasta su lado de la cama y le ayuda a acostarse entre crujidos de huesos y un coro de abucheos en la calle. Floripetra sólo escucha el murmullo de un banjo. Una vez él está completamente echado, ella va hacia su lado y se tumba con un gemido de dolor. El último. Van en pijama, pero son las tres y media de la tarde. Pacofloro se imagina con un traje negro y camisa azul y Floripetra con un vestido blanco y un lazo en la cintura. Los gritos de la calle son golondrinas dándose la charla. Las sirenas de policía son adagios.

Él coge un pequeño bote de su mesita de noche. Lo mira. La mira. Lo abre. El líquido de su interior brilla como las monedas de plata. Se lo lleva a los labios y le da un buen trago. Lo mira. La mira. Se lo da. Ella hace lo propio.

Floripetra tira el bote por la ventana. Se hace añicos contra el sueño. Las golondrinas interrumpen su cháchara durante un instante, sorprendidas. Los adagios mecen el tiempo con más fuerza que nunca. Mirándose a los ojos, enredan sus dedos una vez más. La última. Dos policías aporrean la puerta para sacarles de su casa. Que por la fuerza si hace falta, gruñen. Que tienen una orden, vocean.

Pero Pacofloro y Floripetra han vivido 46 maravillosos años en ella y no quieren marchitarse en otro lugar.

martes, 1 de abril de 2014

Taytantas sugerencias:

Si tiene que venir otro abril, que venga con el arma cargada.
Que sea con una sonata de piano en pista uno y en la dos el ronroneo de Marilyn Monroe.
Que apague la luna cuando venga.
Que llegue con hambre. Le he dejado pollo en la nevera.
Que me traiga tiempo.
Que te me traiga.
Que me te acerque.
Que huela a café recién hecho.
Que no le gusten los espejos. Siempre mienten.
Que le gusten los borrachos. Siempre aciertan.
Que esté roto. Y descosido. Y aún sepa llorar a carcajadas.
Que quiera latir.
Que me diga al oído que si la vida me da la espalda, que la dé por el culo.
Que me muerda.
Que me parta por la mitad cuando te olvide.
Que me deje salir a jugar aunque ya esté la cena preparada.
Que sepa desnudar las apariencias.
Que sepa desnudarme.
Que me quiera como al bueno. Que me trate como al feo. Que me folle como al malo.
Si tiene que venir, que me enseñe a ser joven mientras me hago añejo.
A no hipotecar las heridas.
A equivocarme.
A aprender que no sos vos, sino yo.
A dudar de las primeras impresiones. La tinta siempre acaba corriéndose por algún lado.
A abrir tercios de cerveza con las muelas.
A silbar la versión de 1949 de Summertime.
A bailar un tango con la marea baja..
A no mendigar el afecto.
A no despreciar el fracaso.
A comer kebab sin mancharme.
A no tener bandera por bandera.
A que apueste el resto. A que no va más. A que siempre ganan los mismos y eso ya aburre.
A soplar velas. A pedir cosas. Y más cosas.
Y que una tal Dorothy me lleve a su sweet home alabama taconeando tres veces.
Y que keep calm and hold on a lo Tom Waits.
Y que ella sea feliz. Y que me deje un poco, que no sea roñica.
Y que me tatúe una sonrisa donde esta boca es mía.
Y que larga vida al rock & roll.
Y pedir más cosas.
Y hasta que reviente.
Pero satisfecho.