martes, 23 de septiembre de 2014

Genética McQueen


Un diminuto colibrí de garganta roja abandonó su nido a orillas del Misisipi con una caja de cerillas en el pico y voló hasta la sede de la CNN en Atlanta, en cuya azotea una antena parabólica de quince metros de diámetro pareció arquear las cejas sorprendida por la visita. El colibrí investigó los tejados de alrededor y se hizo con un arsenal de ramas secas que colocó sobre un generador de corriente con la minuciosidad de un artesano relojero, prendió una cerilla y fabricó una hoguera que desde el primer momento supo que nació para ser una estrella. Con gemidos casi eróticos las llamas crecieron devorando a su paso cualquier precioso circuito eléctrico que se atreviera a bloquearlas y supieron que habían completado su mejor papel cuando una formidable explosión disparó la antena a treinta calles de distancia en el momento exacto en que todos los televisores del planeta perdían la señal de la cobertura en directo de una rueda de prensa en la ONU. El colibrí, que había observado la escena colgado de una nube, emprendió el vuelo a un ritmo aún más frenético en dirección al océano Atlántico donde se encontró con una gran mancha de basura flotante cuyos tentáculos de desechos habían atrapado un enorme grupo migratorio de delfines que todavía boqueaban añorando independencia. Sin un solo segundo que perder frenó súbitamente y, suspendido en el aire, el diminuto colibrí de garganta roja reunió toda la energía que sus diminutos pulmones eran capaces de almacenar y de su diminuta garganta brotó un desgarrador graznido soprano que alertó a todas las aves en cien kilómetros a la redonda. Un hervidero de pájaros anónimos acudió a la llamada de socorro y en perfecta armonía comenzaron a rescatar delfines desmembrando la masa de basura con sus picos, mientras que con el batir de sus alas generaban un majestuoso tifón que en las próximas horas respondería al nombre de Libertas.

En la distancia pudo escucharse la risa de un niño.

Y azul, y frío, y hueco, y como una indomable descarga de adrenalina, el mar afiló sus olas. Y sus crestas estallaron en la tierra de los sueños inundando horizontes y fronteras, y la pólvora se convirtió en polvo, y las franjas en reservas naturales, y en las orillas, donde una muchedumbre de curiosos se agolpaba para contemplar la cólera divina, el salitre construyó un nuevo continente al que todos pudieron llamar hogar hasta el fin de los tiempos.

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