lunes, 30 de enero de 2012

Dosmildoce

Tal vez venga la tormenta después de la calma y no al revés, con prisas y sin quitar la vista de un reloj como el conejo del país de las maravillas, y entre dando portazos a través de todas las células de los corazones en ruinas llevándose los despojos, arrojándolos a un contenedor de reciclaje. El rencor al amarillo, por ser envase contaminante y nocivo. Los besos con nata van al gris como alimentos fácilmente biodegradables que son. Al verde las promesas envueltas y encerradas en el cajón del olvido, y los te quiero… joder, a esos es imposible reciclarlos.

Y qué le digo a la tormenta que se lleve. Seguro que me cobra un plus de peligrosidad por tratar con materiales radiactivos, o me suelta que aún no han inventado ningún proceso milagroso, que digiera toda aquella mierda de ahí dentro. Qué les digo al huracán y al tifón que se lleven de un soplido. Qué coño le digo al terremoto que destruya, cuando el trabajo ya está hecho. Podría pedir una ración de energía nuclear a domicilio, un cicuta con limón, un virus de origen animal o incluso una glaciación, que congele este desierto.

O tal vez podría incluso aprender a caminar, sin tener que seguir tu rastro como un perro.
Tal vez.

domingo, 22 de enero de 2012

En clave de vos

Do, la felicidad te persigue adonde vayas, donde lo dulce y lo salado se reúnen a fumar hierba, donde Barcelona y lo porteño se comen a besos por los rincones. Donde sábado y domingo se recuestan en literas diminutas, y corazones del tamaño de un planeta los arropan. Donde las anclas de tu buque no te amarran, y dormitan las estrellas bajo el sol de tu bandera.

Re, porque fue relindo mientras duró. Maravilloso, bello, hermoso, auténtico. Fresco, dulce, cachondo, ahumado, adolescente… y jodidamente corto.

Mi, cuando mi morada fue la tuya, y el espejo de mi risa fue la tuya. Cuando mirabas hacia el mar desplegando un sueño al infinito, y sazonabas con miel la mierda que nos rodea. Cuando el miedo escapaba de tus pasos, y las miserias migraban de comarca. Cuando la amargura era menos amarga, solamente almorzando tus migajas.

Fa, que tienes faena: cada día de tu vida no le falles a tu instinto. Él te fabrica como eres, y por eso me fascina. Sé fiel a tus principios, facilita lo imposible y dibuja arcoíris en tormentas de granizo. Escribe la fábula de tu vida sin que te importe el final del cuento, enfádate, desmelénate, y entierra con tu fantasía el fango que te incomode.

Un brindis por el Sol. Una copita de cava del bueno, del bonito, y del caro para vos; para los altos, para los bajos, para los catalanes, para los madrileños, para las argentinas con garbo, para los que te conocen, para los que aún no te han encontrado. Un brindis por el Sol, porque seguirá siendo… nuestro mismo compañero de piso.

Y que La próxima visita sea pronto.

Porque Si no me vuelvo reloco, pelotuda.

miércoles, 18 de enero de 2012

De cómo Yin conoció a Yang

"¿Qué te pasa, que no quieres follarme esta noche?", amenazó María de las Mercedes con las bragas en la mano. "¿Que qué me pasa? Fóllame tú que yo ya estoy hasta los huevos de ser el que lleva el timón". Porque follar es lo que tiene, es un verbo de una sola dirección y dos sentidos. El que folla es el que manda, y al que se follan es el gobernado, el sometido, el arrastrado hacia el perverso cosmos depravado del que folla. Pero María de las Mercedes era muy señorita en los juegos de colchón, con su cama oliendo a azucenas  y un solo suspiro de gusto en toda la aventura, al final, cuando el que folla ya tiene los dedos en carne viva de manosearla y la lengua como la bota de un cowboy. Hay un tipo que pregona por el barrio que consiguió que aquella dama se le subiera  encima y comenzara a rugir como un tigre de Bengala, pero no apostaría ni un mísero pelo de mi barba a que eso fuera cierto. Mira que engañaba la condenada, la primera vez que la recuerdo (vestida) fue en un bar del Barrio Gótico en penumbras, aunque la muy cachonda se había puesto pegatinas con luces parpadeantes por aquellas tetas de sandía, iluminando a fogonazos su contorno y reflejándolo en las paredes. Aquella noche hubo once desmayos y un infarto en aquel bar, hasta que una servilleta con forma de avioncito aterrizó en mi mesa solitaria con un mapa, una equis, y un "hasta dentro de una hora".

"¿Es que ya no te pongo, o qué?", se atrevió. "Pues nada, pues nos vamos a dormir", resopló, con todo su descaro. Y fue y se puso las bragas con un brinco de trapecista ocultando aquel coño tan esnob y sibarita, y media hora después cerré la boca y apagué el cerebro, por si se me acababa la batería.