viernes, 24 de febrero de 2012

Marcapáginas

Los principios siempre cuestan.

Recuerdo cuando Tomás, el cuatro ojos del colegio, le dio un beso en la boca a la gigantona de Carlota en el pasillo.
Fue sin avisar. Se acercó por detrás, dando saltitos como un gorrión en la rama de un árbol, se puso de puntillas y aterrizó en sus labios ante la atónita mirada de la idiota de Patricia, que en aquellos tiempos tenía el culo del tamaño de un pupitre y una envidia que rozaba lo obsceno. Cuando vio que aquella gesta no había sido tan difícil, Tomás le metió la lengua a Carlota y jugueteó con la suya durante un par de segundos que interrumpieron la rotación del planeta.
Ella ni se inmutó. Ni siquiera dio un respingo.
Incluso había cerrado los ojos durante el breve trayecto.

Poco después, Carlota agarraba de la mano a aquel gorrión con gafas veinte centímetros más bajito que ella, y le llamaba “cariño” y “mi pajarito”. Y una noche, mientras los dos estaban desnudos en la cama, le confesó que llevaba esperando aquel beso desde cuarto de primaria.

Los principios, siempre cuestan. Los finales son sencillos, porque la mayoría de las veces no avisan. Son implacables.
Empezar de cero. Como si el cero fuera el origen de todo.
Qué frase más estúpida.

martes, 21 de febrero de 2012

30 de noviembre

Ayer, en algún rincón del mundo, alguien se tiró desde un balcón mientras silbaba un blues.
Un padre de familia vaciaba dos botellas de whisky en un bar mientras su hijo jugaba el partido más importante del año.
Una mujer daba a luz en una habitación a oscuras sin asistencia médica.
Alguien dijo te quiero por primera vez.
Una bala atravesó un corazón.
Un director casado de una importante empresa recibió una mamada por parte de su secretaria.
Un perro fue apaleado por su dueño hasta que le partió las costillas por haberse meado en el asiento del coche.
Un gusano merendó en el cadáver de un niño que murió de inanición.
Ayer, una lágrima empapó los labios de una madre soltera que encontró trabajo.
Se dieron la mano dos personas que planean un atentado terrorista.
Subió la temperatura media del planeta.
Se cerró un quiosco.
Se abrió un banco.
Se encontró un nuevo avance en la vacuna contra el cáncer.
Y se escribió la última palabra del próximo best seller mundial.

Pero ayer acabó, y hoy ha amanecido.
Porque siempre amanece.
Porque todo pasa.
Hasta los días sin ti.

miércoles, 8 de febrero de 2012

VLG1207

Estaba en el asiento de mi izquierda hecha un ovillo con el pelo recogido y de sus cascos, brotaba una de Pink Floyd. Entonces las luces del techo se apagaron y me dejaron en la más solita soledad, con el brillo de sus dientes y del sol, que echaba un polvo con las nubes de algodón de azúcar. Pedí un agüita mineral con la boca llena de arena y un ejército de tics nerviosos de cintura para abajo cuando el how i wish despegó entre pentagramas, y se apoyó en el reposabrazos.

Se deshizo la coleta.

Y las luces se volvieron a encender y exhibió su cara de cachorro de león, pero se enroscaba como un gato en una pierna y hasta se le escapaba algún que otro ronroneo. La atrapé una mano con una mía, y por un segundo fusionamos temperaturas corporales. "¿Vamos al lavabo?", y abrí las fauces esperando, que la cachorra de león fuera leona adulta y me cazara, entre las praderas de las nubes.

Se rehízo la coleta.

Y las salidas de emergencia se oxidaron, cuando sus labios, silbaron un you were here.

domingo, 5 de febrero de 2012

"Con lo que hemos sido", Toma Dos

El café de por la tarde era sagrado, incluso más que desearnos las buenas noches. Un par de tazas humeantes entre los dos significaba que todo estaba en perfectas condiciones, en su sitio, con ese orden tan desordenado e inquebrantable que nos oxigenaba. Cogíamos las cucharas y brindábamos con ellas como si fueran copas de champán, conocedores de la importancia de aquella fascinante ceremonia. Después guardábamos un minuto de silencio por cada trago, para evitar que nuestros paladares montaran en cólera por no mostrar cortesía. Y por último nos guiñábamos un ojo y nos mordíamos el labio inferior para demostrarnos que aquellas tazas de café, que aquella diminuta porción de tiempo, era lo que más merecía la pena de toda la historia de la humanidad.