miércoles, 11 de marzo de 2009

Actúo, luego existo


Me tienen, con su impaciencia, harto las neuronas. De vez en cuando las barro debajo de la alfombra sin perder detalle del ambiente, donde flotan feromonas. Y si la sinapsis encadena dos segundos más de dilación, se desintegran.

Y quieren perderse, ignorantes, el dulzor de lo impulsivo. Listas, quieren demostrarse, demostrarme, que ellas llevan la razón. Y la llevan. Pero no se divierten tanto pensando, cuando, llegando a la fiesta, yo ya bailo ebrio en el medio de la pista.

No pienso en ocasiones, pero existo. La reflexión se inventó para las tres de la mañana, comiéndose el techo, tumbadito en la cama. En momentos previos, hiberna. Y no merece la pena buscarla, porque aburre e incomoda una barbarie.

No hago caso a mi sesera en situaciones puntuales. Es mi liebre que sestea a la orilla de la meta, confiada, fantaseando de una victoria asegurada. Y la tortuga de mi ingenio la rebasa sin problemas.

No razono con las millas que hay de mi cuarto a las antípodas. No hago yoga ni pretendo adecuar mi temperatura corporal a la de Bratislava. No me tiembla el pulso si me voy solo a Tarifa. No medito sobre la licitud de crear mis propias modas.

Soy el chiste de Tarantino: “piensa-polla-vaso, vaso-piensa-polla”. Y decido mearme en el barman. Me agarro al clavo ardiendo de arrojarme al vacío y caer sobre un mullido sofá acolchado. Me fascina coquetear con el riesgo.

El regusto de lo efímero, aunque oculto, es sabroso. Y no viscoso si se sabe amortizar. Por eso prefiero aprovecharlo y exprimirlo, sin planear futuros eventos, con la baza de saber que, quizá después, ya sea demasiado tarde.

Las oportunidades son fugaces, no esperan que pidamos un deseo. Racanean con el tiempo que te otorgan para tomar la decisión. Caso omiso y rapidez de reflejos. Más vale arrepentirse de lo hecho que de lo que nunca se hizo…


Para los que disfrutamos actuando antes de pensar…