domingo, 20 de diciembre de 2009

El dueño de Rudolph


El abarrotado hall de entrada tronaba y latía como una tormenta propia del Juicio Final. El gigantesco abeto, que se erguía quince metros desde el suelo, se ladeaba pesadamente y amenazaba con aplastar la marabunta de niños histéricos que chocaban entre sí nerviosamente. Lo que en un principio pretendía ser una fila sosegada que acababa en Raymond Curling, ahora era una corpulenta y palpitante masa rugiente formada por pequeñas y alocadas cabezas. “Hoy va a ser un gran día”, pensó Curling impaciente desde su mullido trono. A su izquierda, un grueso saco marrón del tamaño de un fardo de patatas le observaba expectante.
Un hombre anunció por la megafonía del centro comercial que Papá Noel estaría listo para escucharles a todos en pocos minutos. Su timbre de voz sonó tan vivaracho como fingido, como el tono que emplean los vendedores de coches para embaucar a sus clientes. La multitud aulló de jubiló y estallaron los cánticos. Un chiquillo de unos cinco años le pellizcó las nalgas a la niña situada delante suya, para después sacarla la lengua y sonreír con una picardía casi instintiva. La niña rompió a sollozar tirando de la mano de su madre. Otro comenzó a trepar el descomunal abeto y logró atrapar un conejo de chocolate antes de que un fornido vigilante de seguridad le cogiera de la cintura y lo devolviera al tumulto.
El fino telón de seda roja se abrió de repente. Curling y sus dos elfos aparecieron de pie ante el griterío, al tiempo que una avalancha de globos y confeti comenzaba a llover desde la marmórea cúpula del edificio. Los chillidos subieron sus decibelios, formando un estruendo ensordecedor. Curling y sus dos elfos, que habían firmado el contrato temporal apenas dos horas antes, saludaron efusivamente como si fueran líderes políticos después de un mitin. Al fin y al cabo, ellos eran los héroes que cumplirían los sueños de todos aquellos críos, se dijo Curling. Su impaciencia se había dejado arrastrar por el entusiasmo y le temblaban las piernas.
-Eh tío, no te enrolles hablando con los enanos que yo quiero largarme pronto de aquí -le soltó al oído el elfo de su derecha. Zack, creía que se llamaba. El tipo tenía una pinta ridícula con sus puntiagudas orejas de cartón, la cara pintada de verde brillante y ataviado con un chaleco y unos shorts rojos y blancos. Las puntas de sus negros botines de terciopelo estaban adornadas con grandes cascabeles dorados, lo que convertía sus movimientos en un espectáculo tronchante. Aunque Curling también tenía lo suyo. Lo que más le fastidiaba de aquel traje de Papá Noel era la abundante y sintética barba blanca, que picaba horrores, y el tremendo calor que daban el tejido de algodón y el áspero cojín que se había tenido que colocar en el vientre.
-No te preocupes -respondió al fin, y se sentó, absolutamente embriagado de excitación.

Llamó al primer niño de la fila (o lo que pretendía ser una fila) y éste se acercó a brincos. Llevaba un gorro de lana azul marino y un rubor fulgurante alumbraba sus carrillos. Se sentó en las rodillas de Curling y desplegó su dentadura con una sonrisa de oreja a oreja. Le faltaba un incisivo. El temblor impaciente de Curling había cesado.
-¿Qué regalo quieres que te traiga mañana en mi trineo, campeón? -le dijo, acariciándole la cabeza. El niño se revolvió de gusto y Curling sintió que el pobre hacía una fuerza sobrehumana para no orinarse encima.
-Pues… mmm… me gusta mucho Spiderman y… quiero tener los mismos poderes que él… -balbuceó avergonzado. Curling soltó una carcajada.
-No te preocupes, mañana tendrás el mismo traje que Spiderman bajo el árbol de tu salón. Y cuando te lo pongas absorberás todos sus poderes y te convertirás en un superhéroe.
El niño acabó finalmente orinándose en los pantalones y mojándole las piernas. Pero a Curling no le importó.
-Ahora toma -dijo mientras sacaba una pequeña caja oblonga del saco-. Rudolph, ya sabes, mi mejor reno, os ha traído otro regalo para todos. Pero recuerda que no lo puedes abrir hasta mañana por la noche, de lo contrario tu deseo no se cumplirá. ¿Vale campeón?
La caja, envuelta en papel charol negro, pasó a manos del niño. Dentro, un escorpión Centruroides elegans de color amarillo claro, alzó su rojizo aguijón preparado para defenderse. Había demasiado movimiento en aquel sitio oscuro, así que decidió utilizar su neurotoxina mortal al primer atisbo de peligro. El niño se alejó de Curling, de nuevo entre brincos de alegría.
Una niña de unos seis años con abrigo de lana repitió el camino hasta Curling, que aguardaba en su trono con los ojos encendidos como los de un demonio. La pequeña, aplastantemente adulta, pidió que sus padres “hicieran las paces” por navidad. Pero en el regalo que le había traído el reno Rudolph sólo había un frasco de ácido clorhídrico, con el corrosivo líquido oculto tras varias pegatinas que anunciaban “La bebida de los campeones”.
El siguiente pidió un coche patrulla teledirigido. A cambio, se llevó un tigre de peluche cuyo estómago estaba dotado de una barra de dinamita que estallaría en veinticuatro horas. A Curling le hizo una gracia especial este niño, que le dijo que de mayor quería ser policía o bombero y salvar vidas. El que había cazado un conejo de chocolate era más exigente y quería demasiadas cosas. Rudolph empezó trayéndole un vial con bacilos de ántrax que se liberarían al levantar la tapa de la caja.

El hall ardía y rugía aún con más fuerza, y el colosal abeto parecía inclinarse para saludar a cada una de las personas que entraba a ver a Papá Noel. Los globos y el confeti no dejaban de llover. “Definitivamente, hoy va a ser un gran día”, se dijo Curling con una mueca de satisfacción.

Viejo reloj de arena...

Naufrago entre dos aguas,
dos turbios extremos de pureza doctrinal,
que engullen todo cuanto tocan.
Naufrago alejado del punto medio,
y sin embargo, tan lejos y tan cerca,
del horizonte que me rodea...

Una voz hueca me invita a su orilla,
donde mueren de frío los ignorantes,
donde el mañana nunca importa.
Una voz áspera me aleja de ella,
donde yace la ardiente consciencia,
del viejo reloj de arena.

Y sin embargo, grano a grano
fabrico mis propias coartadas,
un oasis de hielo entre dos aguas.

Dos extremos de utópica belleza,
que rehúyen del sol y las estrellas, y
meciendo con su oleaje los planetas,
se hinchan de luz y de tristeza.
Ya fluye el agua por mis venas,
y me ahoga la puta incertidumbre.

Es, tan dulce esta sensación,
y sin embargo,
tan amargo el resultado...
Tengo, tan abrasada la cabeza,
y sin embargo,
tan helado el corazón...

jueves, 17 de diciembre de 2009

Apuesto el resto

“Apuesto el resto”, dijo ella mientras apuraba su último cigarrillo, “y esta noche, querido, mis cartas serán tu perdición”.
Y allí estaba yo, enfrente suya, acordándome de aquel viejo trilero que me regaló mi primera baraja de naipes. “Los diamantes inspiran poder y confianza, pero todo el mundo acaba eligiendo los corazones”. Y aquel tipo tenía razón. Porque yo no quería mirarla a la cara, ni tan siquiera observar sus cartas detenidamente como si en algún momento pudiera ver a través de ellas. Me quedé atontado con su escote sugerente.
“La estrategia agota”, pensé, “pero estamos tan cegados por alcanzar nuestras metas que competiríamos con cualquiera hasta el fin de los días”. Levanté la mirada. Tenía un gesto serio de concentración, como si estudiara una pizarra abarrotada de fórmulas matemáticas, aunque no parecía molesta por el hecho de haberla desnudado con los ojos durante todo ese rato.
“Y en cada choque de trenes, existe un momento decisivo que inclina la balanza hacia el éxito o el fracaso, concediéndonos un instante tan delicado como traicionero”. Sus generosos pechos me estaban sometiendo a examen. Levanté mi as y mi reina de diamantes. Quizás la competición tiene una carga erótica deslumbrante, después de todo. Quizás tendría que haber confiado en los corazones.
“Lo veo”, dije, después de un suspiro.
Ella observó mis cartas, con un apetito casi sexual, y sonrió.

lunes, 7 de diciembre de 2009

La pocilga universitaria

Cada uno de nosotros genera aproximadamente media tonelada de basura y residuos domésticos al año. Cada uno de nosotros produce, por norma general en una dieta sin fibra, doscientos gramos de excrementos diarios, que se convierten en un millón doscientas mil toneladas si tenemos en cuenta todos los habitantes del planeta. Si sumamos todo lo anterior obtenemos una cifra absolutamente irracional de auténtica mierda y despojos malolientes. Resulta difícil conocer dónde puede guardarse, y seguro que no es en los cajones del armarito del salón.

Te lo dedico a ti, preciosa. Porque eres tan atractiva como un estercolero. Y tus bellos ventanales dejan poco espacio para que te airees lo suficiente.

Sufres el mismo fallo multiorgánico que nuestro patético sistema educativo. Te dejas arrastrar por huracanes que tú misma provocaste, presa de un temor que tú misma forjaste. El miedo a la podredumbre te convierte en un pelele inútil y corrupto, un castillo abandonado rumbo a Oz. Y la vieja y baja bruja verrugosa mora en secretaría.

Tus paredes no se agrietan por la edad, sino por lástima. Padecen la condenada resignación de un tetrapléjico cuya redención se diluye en un vaso de cicuta. Soportan entre ellas demasiada amargura, un currículum casi ofensivo de cojera administrativa. Su triste y único consuelo es perecer y derrumbarse como un perro febril y extenuado.

Estás tan podrida por dentro de carroña e infamia que contaminas lo que te rodea. Tienes el don de idiotizar todo ser vivo que pisa tus aulas, como si desearas con todo tu empeño convertirles en tus lisiadas marionetas. Promueves la acracia con tanta vehemencia como hipocresía, haciéndonos creer que tus directrices no están marcadas por un nepotismo sempiterno y encubierto.

Estás sucia, preciosa. Estás manchada de perversión y mala praxis. Asustas por tu capacidad para absorber un deterioro universitario más que patente, acojonas con tu enorme talento para ganarte una fama deplorable. Das vergüenza ajena al centro formativo más cochambroso y enviciado que pueda existir en los cinco continentes. Eres la fábrica de parados y mezquinos más sutil del universo.

Bonito romance el nuestro. Pero ya nos quedan cuatro polvos mal contados. Tus armas burocráticas y tus jugueteos destructivos han acabado agotándome. Dejo que tu inútil elenco de profesores continúe royéndote las entrañas mientras se regocija en su propia incompetencia.

Tu destino es la demolición, preciosa, hazte a la idea tan pronto como puedas. Porque estás tan llena de mierda que generas contaminación y opiniones a favor de tu cierre a partes iguales.


A mi facultad.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Manual de (anti)ayuda general

Decálogo de consejos repudiados que nunca se han dado (y que, sin embargo, se deberían aprender):

1. Ten muy pocos amigos, así tendrás menos probabilidades de que algún día te traicione alguno.
2. Enamórate sólo cuando no tengas ganas de hacerlo, no cuando decidas que ha llegado el momento.
3. Cuando ya estés pillado, déjate de disfraces baratos y actúa con naturalidad. Ellas ya saben que todos somos unos cabrones depravados.
4. Sin embargo, ignoran quién es inteligente o quién no es más que un botarate. Así que ese punto déjalo bien claro desde el primer diálogo en vertical.
5. Durante el primer diálogo en horizontal, absténte de experimentos que seguramente resultarán catastróficos. Lo que no hayas aprendido en la cama hasta ese día no lo vas a aprender improvisando en ese momento.
6. Nunca regales nada de ti sin saber a ciencia cierta que recibirás algo del mismo mérito en un futuro.
6 bis. Quiere siempre con predisposición bancaria. Deposita y recoge los intereses. Eso de dar sin esperar nada a cambio se lo inventaron los guionistas para darle salsa a las pelis romántico-pastelosas.
7. Nunca hables por hablar. De hecho, nunca hables si no crees que sea realmente necesario, porque es probable que digas alguna gilipollez.
8. Asume que por norma general todo el mundo miente o finge para conseguir sus propósitos.
9. Concibe el universo como una gigantesca conspiración en tu contra. Supón que todo te va a salir mal o que se van a aliar tus adversidades. Si existe un orden dentro del desorden, también existe la felicidad dentro del pesimismo.
10. Sí, se me olvidaba, esta felicidad consiste en demostrarse que cualquier cosa puede salir mejor de lo que esperabas. La sensación opuesta perjudica seriamente la salud.
11. En una relación, haz el amor después de hacer la guerra. Es mucho más divertido que aislar lo primero y rehuir de lo segundo.
12. Muévete. Estrésate. Arriésgate. Haz cosas estúpidas y espontáneas. Las cagadas nos hacen interesantes.
TRECE. Palabras como “superstición” y “destino” son una mierda de autoengaño que pretenden manipular nuestros actos. Si encima crees en algo parecido a un dios, apaga y vámonos, marionetilla.
14. Adelántate a los acontecimientos. No disfrutes mañana lo que puedas disfrutar hoy. Y no pospongas una rabieta o un sofoco que se puede aliviar ipso facto.
15. Acostúmbrate a priorizar. En tu vida tú eres lo más importante, más que nada porque sin ti no existiría tu vida. ¿Capisci?
16. Para que alguien te eche de menos debes de conseguir que alguien te necesite. Para que alguien te necesite debes llegar a ser especial. Para ser especial debes ser diferente al resto. Si eres diferente al resto, eres raro. Moraleja: Ser raro es el secreto de una relación humana plena.
17. Sé competitivo y estratega. El fin siempre justifica los medios, de lo contrario no existirían realidades tan simpáticas como el enchufismo o la infidelidad. Es cuestión de supervivencia.
18. Las disculpas y los agradecimientos son demasiado caros. Empléalos con cuentagotas únicamente cuando un “gracias” o un “lo siento” no puedan sustituirse por otra expresión de igual o menor valor. No se devuelve el dinero.
69. Follar cada día con una distinta no es sinónimo de ser un conquistador. Calidad mejor que cantidad. Las hamburguesas del McDonald’s no son mejores que las de tu madre sólo porque se fabriquen en serie.
20. Equivócate a menudo. El aprendizaje es un proceso resbaladizo y voluntario, no sigas al pie de la letra el chascarrillo de pupitre de instituto “la inteligencia me persigue, pero yo soy más rápido”. Si cometes el mismo error más de una vez es que eres un capullo integral.

De nada.

jueves, 29 de octubre de 2009

El combo perfecto

Existen palabras condenadas a estar juntas. Sobreviven encadenadas, alimentándose de mutuo acuerdo, presumiendo de un feeling especial que las convierte en combos perfectos. Por ejemplo, “aledaños” siempre se asocia a “estadio”. “Amor” no significa nada sin “sacrificio”. Y el “éxito” nace irremediablemente después de conocer el “fracaso”.
Pero ahora debo rendir cuentas de una que necesita una mayor y mejor explicación…

“Solo”…
Dícese del café amargo que se bebe sin permiso. Abandonado, sobre la barra de un bar, y enfriándose por ósmosis con el viento.
Dícese de la molesta compañía. De bultos charlatanes que abarcan más espacio del que aprietan, ignorando que más vale callar y parecer estúpido que hablar y despejar todas las dudas.
Asóciese a aquellos que nos mienten. Porque tienen miedo de sí mismos. Porque hay hijos de puta que se merecen la etiqueta de genios. Y buenas personas justamente miserables.
Dícese de la nota disonante cuando la clave de sol está de moda. De la oda que folla sin condón con elegías. De las antiestéticas estrías en cristianos ronaldos.
Acompáñese de vagabundos de virtudes. De hánseles y grételes que persiguen mis migajas. De las pajas a las seis de la mañana a medio metro de la novia.
Solo, masculino singular. Que femenino plural no es sinónimo de triunfador, que nadie se confunda. Solo, palabra cuyo eco retumba en todo el extrarradio de las trompas de eustaquio.
Dícese del quilate malvendido en las tiendas de los chinos. De cualquier número primo. Del terrible grano en el esbelto cuerpo de mi polla. De los monjes ermitaños de áreas metropolitanas. De los años que naufragan estancados. Del jodido pelo enquistado en la entrepierna. Del corte en la mejilla al afeitarse. Del parásito que se cree autosuficiente. Del que dice ser valiente cuando no es más que un mierda.
Que la soledad por gusto afea el rostro. Y aunque muchas veces sea lo más sano, la mayoría de ellas enamorarse de estar solo es flirtear con la desdicha.

Por eso, la terrible pareja de baile de la “soledad” es la “tristeza”.
Y ése es, precisamente, el combo más perfecto e inquebrantable que existe en este planeta.
Pero mejor ir acostumbrándose. Porque no existen los ataúdes de dos plazas.

jueves, 2 de julio de 2009

"Ahora vuelvo..."

Podrán pasar miles de años... Tres glaciaciones más sin un mamut malhumorado, un perezoso simpático y un dientes de sable orgulloso. Conoceremos un Doc que nos teletransporte en el tiempo y el espacio. Podremos legar a nuestros hijos la carga del cambio climático.

Podrá llegar el Armageddon sin que Bruce Willis pueda evitarlo. Nacerá una nueva generación de dinosaurios no controlados por Spielberg. Volarán por doquier los vehículos motorizados. Y nuestras pituitarias terminarán acostumbrándose al dióxido de carbono.

Podrá Madrid tener playa al derretirse los casquetes polares. Y durarán más de un minuto los casquetes matrimoniales. Podrán subir de tono las voces de los necesitados. Llegará el día en el que follar salvajemente y quererse vayan siempre de la mano.

Podrá sustituirse la capa de ozono por una de metacrilato. Creceremos sin saber qué coño es eso del miedo al fracaso. Desaparecerán de nuestros pies los pobres dedos meñiques. No hará falta tanto palique para dormir acompañados.

Llegará algún día en el que la banda ancha se quede estrecha. Llegará un momento en el que se secarán todas las lágrimas del planeta. Dentro de poco un Bender sarcástico barrerá nuestros salones. Dentro de nada los condones serán todos estriados.

Podrán pasar miles de años… pero Diana seguirá siendo una sucia prostituta materialista. Y la lista de Billie Jean se quedará siempre sin su premio. Curar el mundo, el menor de nuestros problemas. Y soñar en blanco y negro será lo menos racista a lo que aspiraremos.

Porque hay cosas que nunca mueren... y creer que una lápida es el fin de su existencia, craso error. Si nos acercamos de puntillas y observamos con cuidado, se podrá leer en su epitafio: “Ahora vuelvo…”

A Michael Jackson,
Y a todas las leyendas inmortales.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Letra pequeña


Religión, o la mentira mejor diseñada de todos los tiempos.
Mentir, o necesidad biológica políticamente incorrecta.
Necesidad, o falta de valor para enfrentarse a nuevos retos.
Valor, o cualidad matemática que indica el momento exacto en el que debes pasar por encima de tus rivales.
Matemáticas, o ciencia tramposa en la que uno más uno no siempre da dos.
Trampas, o coger macarrones bajo la mesa jugando al poker entre amigos.
Amigo, colega con el que no importa compartir más de una caña a la semana.
Colega, persona que aún no ha conseguido decepcionarnos.
Persona, humano susceptible de actuar con hipocresía.
Hipocresía, o disfraz barato utilizado para no dejar desnudas las miserias.
Desnudos, así estamos todos más guapos.
Belleza, o eufemismo de querer llevarse a alguien a la cama.
Cama, o lugar idóneo para hacer el amor.
Hacer el amor, follar.
Follar, o demostrarse carnalmente quién domina la relación.
Relación, o único estado en el que ceder es generalmente la más aconsejable de las opciones.
Ceder, o morderse la lengua y bajarse el orgullo hasta los tobillos.
Orgullo, o arma de doble filo y primer paso hacia la autoestima.
Autoestima, o casilla número uno en el juego de la vida. Sí, ese en el que el premio es alcanzar nuestros objetivos.
Vida, aprender a crecer.
Crecer, aprender de los errores.
Errar, aprender a arriesgarse.
Arriesgar, o casilla número dos en el juego de la vida.
(Nota: No confundir crecer con madurar…)
Madurar, o hacerse cada vez más aburrido.
Mucho mejor, hacerse cada vez más viejo.
Viejo, o aquello que no tiene absolutamente nada que ver con la edad.
Nada, antagónico de todo.
Todo, lo que daría por ti, princesa.
Dar, o actitud pícara por la que siempre se espera recibir algo a cambio.
Esperar, o momento adecuado para cagarte en la persona que esperas.
O en las personas que van delante tuya.
Tuya es la decisión de seguir leyendo hasta el final. Pero si no lo haces, te arrepentirás.
Arrepentirse, o la manera de fingir más sutil para echar un polvo post-discusión.
Sutil, coleguita del ingenio, el sarcasmo y otro puñado de elementos mal vistos en sociedad.
Sociedad, o manada de borregos que se cruzan sin dirigirse la palabra viviendo todos bajo el mismo techo.
A palabras sordas, oídos necios.
Necio, cualquiera que no sepa lo que es una inyección intracitoplásmica nuclear.
Saber, autoengaño bastante efectivo para rebatir a los demás.
Autoengaño, o conformarse con la idea de que algo no se puede hacer mejor.
Idea, o eyaculación precoz de pensar en voz alta.
Pensar, consumir más segundos en diseñar un plan.
Plan, conclusión que casi siempre sale mal. En continua lucha con la improvisación.
Improvisar, o exponerse en pelotas a fallar y rectificar a tiempo.
Rectificar, creer que algo sale mal por no haber sido planificado.
Creer, o lo que piden las religiones para adorar a sus mesías.
Y la religión…
La religión es una cosa de la que no me apetece hablar.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Actúo, luego existo


Me tienen, con su impaciencia, harto las neuronas. De vez en cuando las barro debajo de la alfombra sin perder detalle del ambiente, donde flotan feromonas. Y si la sinapsis encadena dos segundos más de dilación, se desintegran.

Y quieren perderse, ignorantes, el dulzor de lo impulsivo. Listas, quieren demostrarse, demostrarme, que ellas llevan la razón. Y la llevan. Pero no se divierten tanto pensando, cuando, llegando a la fiesta, yo ya bailo ebrio en el medio de la pista.

No pienso en ocasiones, pero existo. La reflexión se inventó para las tres de la mañana, comiéndose el techo, tumbadito en la cama. En momentos previos, hiberna. Y no merece la pena buscarla, porque aburre e incomoda una barbarie.

No hago caso a mi sesera en situaciones puntuales. Es mi liebre que sestea a la orilla de la meta, confiada, fantaseando de una victoria asegurada. Y la tortuga de mi ingenio la rebasa sin problemas.

No razono con las millas que hay de mi cuarto a las antípodas. No hago yoga ni pretendo adecuar mi temperatura corporal a la de Bratislava. No me tiembla el pulso si me voy solo a Tarifa. No medito sobre la licitud de crear mis propias modas.

Soy el chiste de Tarantino: “piensa-polla-vaso, vaso-piensa-polla”. Y decido mearme en el barman. Me agarro al clavo ardiendo de arrojarme al vacío y caer sobre un mullido sofá acolchado. Me fascina coquetear con el riesgo.

El regusto de lo efímero, aunque oculto, es sabroso. Y no viscoso si se sabe amortizar. Por eso prefiero aprovecharlo y exprimirlo, sin planear futuros eventos, con la baza de saber que, quizá después, ya sea demasiado tarde.

Las oportunidades son fugaces, no esperan que pidamos un deseo. Racanean con el tiempo que te otorgan para tomar la decisión. Caso omiso y rapidez de reflejos. Más vale arrepentirse de lo hecho que de lo que nunca se hizo…


Para los que disfrutamos actuando antes de pensar…

viernes, 27 de febrero de 2009

Eternamente joven


Crecemos.
Avanzamos, tan deprisa que ni atisbamos el camino.
Y pendemos, de los hilos que atrás ardieron en empeño.
Y flotamos, en las balsas que nos prestan nuestros años.

Quiero sentarme en el pupitre de mi cuarto los domingos. Y dibujar piterpanes en sus cuatro esquinas por las noches. Que mi nunca jamás se inunde de niños perdidos. Y que mañana sea otro día, sin más preocupaciones que la hora del rancho.

Quiero, a lo ancho y largo del planeta, un transporte gratuito de estudiantes. Quiero beber erasmus en copa de vino y rebujitos en los bares. El sabor de lo inmaduro en un sándwich con nocilla. Las obligaciones en el fondo de los vasos de cubata.

Quiero un folio y pluma ágil a diario en mi mesilla. Que me ayude a relatarme mis carencias, y me enseñe a corregirlas. Quiero ser aquel rockero que nunca muere. Quiero ser viejo lobo de mar sin barba blanca.

Quiero a Goku y a los Guardianes del espacio. Las artimañas de Mochilo y el salero de Gazpacho. Quiero ser el Sergio de la Juana enamorada. Quiero un Isidoro que acompañe a mis bizcochos.

Quiero una Dehesa de la Villa sin fecha de caducidad. Quiero al Ratón Pérez con chalet adosado a mi almohada. Quiero doscientos mil reyes magos más. No renovar en la vida el carné de identidad.

Y no me apetece crecer, me pido no aceptarlo. Llamaré a Brad Pitt y que me muestre el secreto de ser Benjamin Button. Acabaré en protozoo peludo, sesudo, huesudo, con el nudo de corbata y traje perfectamente acicalados. Y carnívoro devorador de sueños.

Quiero hacerlo bien, paso a paso, pero sin avances en los años.
Quiero ser…
eternamente joven.