miércoles, 20 de febrero de 2008

Recemos por Tim Burton


Bienvenidos al celuloide de Tim Burton. Ese inefable planteamiento cinematográfico imposible de encajar en un sólo género, donde la originalidad no deja a nadie indiferente y la extravagancia es la tónica de sus productos. Sweeney Todd no podía convertirse en la excepción que confirma la regla, pues ya lo fue el abyecto remake de El planeta de los simios donde Helena Bonham Carter conoció al hoy su marido y desde luego auténtico álter ego, el propio Burton. Desde entonces han compartido cama, guiones, pasarelas de los Oscar y por supuesto, excentricidades. Recemos para que sus rarezas continúen impregnando sus menesteres.

Realmente no sé exactamente por dónde empezar a opinar sobre Sweeney Todd. Para calentar motores es necesario resaltar al bueno de Johnny Depp, un actor con alma de rockero que se convirtió en fetiche de Burton desde Eduardo Manostijeras, film que lo lanzó a la fama y al estrellato, que por separado no son lo mismo. Es Depp de esa clase de personas que convierte en oro todo lo que toca, ya sea por su espíritu de rey Midas o por sus maravillosas puestas en escena. Ya puede hacer de corsario loco (Piratas del Caribe), traficante de drogas (Blow), novelista esquizofrénico (La ventana secreta) e incluso interpretar un ratín a un adolescente desangrado por el mismísimo Freddy Krueger (Pesadilla en Elm Street), que siempre lo borda y deja a las muchachas enamoradas entre suspiros (e incluso a algún que otro hombre). A ello ayuda su estilo sobrio, elegante, ambicioso, peculiar y versátil. Demos gracias a Nicolas Cage de tenerle tras las pantallas, que le convenció para presentarse a un casting de la película de Wes Craven cuando en realidad Depp ya había orientado su vida hacia la música. De ahí su alma rockera. Y dicen que viejos rockeros nunca mueren.

En esta ocasión, el papel que desempeña no es otro que el del barbero diabólico de la calle Fleet, Sweeney Todd, basado en el musical del mismo nombre de Stephen Sondheim y Hugh Wheeler. Cuenta la leyenda de un hombre injustamente encarcelado por un tiránico juez a finales del siglo XVIII, que pretendía arrebatarle como un capricho a su esposa e hija. Tras cumplir condena, Benjamin Barker cambia su nombre por el de Sweeney Todd y vuelve a su Londres natal ávido de venganza, donde no parará de rebanar cuellos hasta poder llegar al juez y desquitarse con sangre. En el retorno a su antigua barbería conocerá a Mrs Lovett (Bonham Carter), fracasada y manipuladora regente de un negocio de tartas, que le ayudará en su camino afeitando nueces. El toque clásico cargado de barroquidades monta los escenarios y los dota de una apariencia visual excelente, un regalo para la vista.

No será éste el único regalo y los oídos gozarán al compás de sus melodías fabulosamente cantadas. Lentas, rápidas, magníficos duetos, serenatas… son muchos los colores que dibujan sus ritmos y los convierten en auténticos desafíos para nuestra inconsciencia, que moverá nuestros labios para tararearlos animosamente. Es lo que tienen los musicales, los corazones estancados aún tenemos a Walt Disney por bandera y a Jack Skeleton por deidad de plastilina. Imborrable la oda de Todd a sus navajas de afeitar, así como la aparición estelar de Sacha Baron Cohen (el desternillante Ali G) canturreando con acento italiano.

A todo esto, la película no destaca precisamente por su variabilidad de estilo y peca de ser (quizás) excesivamente horizontal. Se suceden las canciones y la trama no evoluciona en absoluto, alcanzando las cotas más altas de entretenimiento en su inicio y al final, donde chocarán de golpe varias sorpresas. El segundo acto transcurre por un remanso de continuidad plana y, claro está, melódica. Aún así, me apuesto mis cómics de Goku a que nadie bostezará durante sus 2 horas de duración y más de uno se excitará, ya sea sexual o emocionalmente, con Johnny Depp o con Helena Bonham Carter, lo mismo da, lo importante es excitarse y no estar destemplado.

Es el celuloide de Burton el que se basa en recoger obras y transformarlas en maestras, en crear cajas de Pandora, donde aquel que las abra quedará permanentemente ligado a su gustillo personal y estrambótico. Tesoros, al fin y al cabo. Ahí nos quedan Beetlejuice, Batman, Mars Attacks!, Sleepy Hollow, Big Fish, Pesadilla antes de Navidad, La novia cadáver… son muchas las maravillas de Tim Burton, demasiado largas sus ramas como para esquivarlas. Recemos para que sigan creciendo.

jueves, 7 de febrero de 2008

Estos vampiros no pasan frío


Desde que Bram Stoker diera vida en su novela de 1897 al majestuoso conde Drácula, amo y señor de los vampiros, los chupasangre han pasado de ser únicamente mitos y cuentos populares a erigirse como algo más: las criaturas del mundo del terror por excelencia. Da igual quién o qué se les ponga por delante: hombres-lobo, humanos armados de metralla hasta los dientes, frankensteins… solamente las balas de plata y los rayos ultravioleta les enviaban definitivamente a la fosa. Y por desgracia, en el pueblecito de Alaska donde se desarrolla 30 Días de Oscuridad, la luz solar hiberna durante un mes y lo convierte en el escenario perfecto para la cacería de una manada de vampiros modernos y sedientos.

Y digo modernos porque en esta ocasión se olvidan de su cautela y secreto históricos y se convierten en asesinos despiadados, con colmillos afilados como puñales arábigos, tez mortecina al estilo Nosferatu y una dicción realmente escalofriante. Eso por no mencionar unos globos oculares inyectados de sangre y un olfato de auténtico sabueso depredador. Vamos, verdaderas máquinas de perforar cuellos. Atrás quedan la estupidez y el bailoteo de los ridículos currantes del bar La Teta Enroscada (¿alguien dijo alguna vez que los actores son lo más importante de una película?) o la excesiva humanidad de Entrevista con el Vampiro, aunque Dios me libre de meterme con esta última obra maestra. Se acabó el fingir, ahora van en serio.

Menos mal que aún nos queda el bueno de Josh Harnett, sheriff local, para enfrentarse a semejantes criaturas. En pocas horas, la aldea se convierte en una jaula mortal de donde no se puede escapar por la inexistencia de transporte y en donde es igual de difícil esconderse que ver a Harnett poniendo cara de espanto, enojo o disgusto. Suficiente actuación la de uno de los niños más mimados de Hollywood, que sin embargo deja entrever algunos fallos innatos que difícilmente podrá solventar. Aunque bueno, lo positivo de esto es que al menos no peca de sobreactuar.

El frío pasa y los vampiros no dejan de comerse a los lugareños, algunos de los cuales consiguen el enorme privilegio de convertirse en uno de ellos (¿a quién no le gustaría ser vampiro de mayor?). Harnett, impertérrito, saca la Smith&Wesson y guía a los sobrevivientes a través de la nieve y el temor general. El amor de nuestros amigos por los glóbulos rojos crece por momentos, así como los miembros de su macabro ejército. Ellos aumentan en número, los buenos disminuyen, ley intrínseca de toda película invasionista que se tercie.

Además estos vampiros hablan latín (o algo parecido a gemidos guturales) con un tono de voz rasgado de ultratumba que ciertamente impresiona. Oscuridad total durante 90 minutos, haciendo honor a su título, y grandes momentos de tensión, alguno de ellos indeleble (las niñas pálidas siempre me han acojonado). ¿Qué más se puede pedir? Bueno, yo pediría a Salma Hayek bailando con una pitón enroscada en la cadera y el muslamen, aunque sería mezclar demasiadas cosas. Ya tenemos aquí a Melissa George, amiganovia de Harnett en el film, que si no fuera por tanta prenda y anorak que lleva encima la devoraría yo mismo.

Buena película, original guión, constante angustia, gran maquillaje y terrible vampirismo. 30 días de oscuridad. Qué miedo.

domingo, 3 de febrero de 2008

Monstruos de feria


J. J. Abrams visitó Tokio hace un año con su hijo y en uno de sus paseos observó que el merchandising de Godzilla aún inundaba las tiendas niponas. El colosal monstruo se había convertido en toda una referencia cultural japonesa, un símbolo representativo de una parte de su historia en la que el pánico nuclear y el miedo a la destrucción devoraban el día a día de los ciudadanos. Este miedo alcanzó cotas desmesuradas llegando incluso a apoderarse del cine, que se convirtió en una metáfora del pavor civil. Así nació Godzilla, así nació el mito de los gigantescos monstruos destructores de rascacielos. Y así nació Monstruoso (infame traducción de Cloverfield), por envidia sana de Abrams, que veía como sus adorados Estados Unidos no tenían su propio engendro devastador.

Abrams pensó que King Kong, Tiburón y Alien no habían cumplido el requisito básico para que una criatura se inmortalizara en mito: destruir Nueva York. La versión americana (y cansinamente patriótica) de Godzilla en 1998 resultó un sonado fiasco, por lo que se puso manos a la obra para diseñar su criatura prototipo, cuántos edificios logrará derrumbar de un soplido y la cantidad de misiles que soportará en su chepa. No es malo el planteamiento, aunque sí es algo decepcionante el resultado. La bestia de Monstruoso es descomunal y aterradora, pero no goza de un diseño excesivamente original y más bien se podría deducir de una fusión de bosquejos de varias otras, como los alienígenas de Independence Day por ejemplo. Sí, vale que muerda, que tenga a su disposición a todo un ejército de parásitos carnívoros y la fuerza suficiente para arrancar de un mordisco la cabeza de la Estatua de la Libertad, pero le falta la guinda. Se hecha en falta una forma especial, el carisma propio de los monstruos del género.

Pero siendo indulgente y dejando de lado el hecho de que la película no consiguió impactarme (profundo dolor el mío), podría destacar que su trama presenta una potable mezcla entre el amor y el caos. Qué raro, pensarán algunos. Pues realmente es de esta manera como se desarrolla el film, grabado desde la perspectiva de una videocámara. Un grupo de jóvenes celebra la fiesta de despedida de un amigo, enamorado hasta las trancas de una compañera de la infancia de la que se despide de malas maneras en la reunión. Una brutal explosión sacude el bloque y nuestro adorado monstruo comienza su destrucción particular de Nueva York (lo que ha sufrido esta pobre ciudad). En medio del desconcierto y el derrumbe general, Rob, el protagonista, decide ir en busca de su chica acompañado de otros tantos colegas. El viaje por las calles de la ciudad será un auténtico desafío de supervivencia, huyendo del bicharraco y sus entrañables hijitos hambrientos. Por experiencia diré que a Abrams le vuelve loco este cóctel amor-suspense-caos, pensando que le da un mayor realismo al producto. No hay más que ver 3 capítulos de Lost y sus vaivenes argumentales.

Los efectos especiales, simplemente inocuos. Los desplomes de pedazos de inmueble son excepcionales, amén de la puesta en escena de la criatura cuando se aprecia de lejos. El problema llega cuando el plano se acerca al monstruo o a los parásitos, donde mi incorregible visión perfeccionista ve una digitalización excesivamente notoria. Esto se intenta corregir con una oscuridad constante (excepto los 10 minutos finales) con relativo éxito, aunque los que valoran solamente la estampa catastrófica de la ciudad quedarán bien saciados.

Monstruoso es el mejor ejemplo de cómo una campaña sublime de marketing viral (con vídeos para entrar en calor en todos los idiomas) puede no originar una película perfecta aunque sí notable. La expectación que levantó Cloverfield en los Estados Unidos ni tan siquiera huele el rebufo que causó en España, hecho que probablemente se traducirá en las taquillas. Aquí no nos va eso de los monstruos gigantes, nos contentamos con los humanos mutados que sienten una especial predilección por la carne fresca. Y si no que se lo pregunten a [REC] (tarde o temprano tenía que salir). Aún así, un diez para el bombardeo publicitario de Monstruoso a nivel global. Es una pena que este afán publicitario se desarrolle también durante el propio transcurso de la película, donde serán abundantes las referencias a Nokia y sus productos más actuales.

En fin, el monstruo de feria de J.J. Abrams es pasmoso y altamente estimulante en el momento en que uno devora con ansia los primeros minutos del film, lástima que el éxtasis se vaya deshinchando con el paso del tiempo. Será una de esas obras pendencieras, peleonas en las críticas pero frágiles en la memoria, definido por muchos como cine palomitero. Y yo me compré un cucurucho pequeño...