jueves, 27 de diciembre de 2007

Will Smith ya es leyenda

El austriaco Francis Lawrence llega a las pantallas por Navidad y nos trae Soy Leyenda, un regalo de gran categoría y que nada tiene que ver con sus anteriores producciones: Constantine y numerosos videoclips de Jennifer Lopez y Britney Spears. Sí, no miento. Así que si uno es de los que estudia el currículum del director antes de ver una película mejor no prestar demasiada atención esta vez o se perderá un buen film, atractivo y ameno, dedicado a aquellos seguidores de ese género híbrido que fusiona terror y ciencia ficción.

Se ha comprobado que generalmente las películas con un escaso reparto de actores están algo subestimadas, quizás porque los espectadores asocian la idea de un gran plantel a un guión completo y muy elaborado. Sin embargo, es precisamente en ellas donde se aprecia su auténtica capacidad para seducir al público y adherirles a la butaca, ya sea por una historia fascinante o un transcurso rápido y con gancho. Es el caso de La Huella, El Resplandor, El Pez Gordo, Señales y otras muchas perlas, aunque en nuestro último caso, Soy Leyenda cumple al pie de la letra esta premisa.

La introducción del metraje es desolador. Will Smith, con el tono de voz cambiado para no darle ese toque cómico innato, encarna al teniente coronel Robert Neville, uno de los últimos supervivientes del planeta tras la propagación del virus Kipprin. Él y su perra Samantha viven en una Nueva York destrozada y desértica, con la única compañía de la fauna salvaje y unos mutantes nada cariñosos con la sangre fresca. Gracias a Dios la película va al grano y se centra en el día a día de Neville y Samantha sin profundizar en el origen del virus, haciendo que solamente se conozcan las causas del apocalipsis en pequeñas y repartidas dosis.

Este aspecto marca de principio a fin el desarrollo de la trama, concentrando todo su guión en el transcurso de 3 o 4 días que marcarán el resurgimiento o el fin de la raza humana. La puesta en escena de Will Smith es bastante aceptable, en contraposición de lo que en un principio creía. Su talento cinematográfico es evidente y sus éxitos indiscutibles, pero seguramente no es el más adecuado para desempeñar el papel de Neville, un hombre que coquetea con la locura y la paranoia en sus diálogos con los maniquíes y su mascota y que en la interpretación de Smith da la impresión de estar simplemente aburrido.

Iluminación, la adecuada. La mayor parte del tiempo transcurre de día y en plena calle, ya que las zonas oscuras están habitadas por aquellos seres mutantes devoradores de carne. Pero, claro está, en el desenlace se resolverá la lucha de Neville contra las criaturas durante la noche y se incluirá algún detalle que no terminará de convencer, como la increíble dureza de las puertas de cristal de su laboratorio doméstico. Con todo ello la película no es en absoluto lenta ni repetitiva, sino que va alimentando su continuidad con momentos de suspense, tensión y drama, otorgándola de una gran versatilidad.

Gran adaptación de la novela I Am Legend, escrita por Richard Matheson en 1954. Esta versión supone la tercera adaptación cinematográfica tras El último hombre sobre la Tierra (1964) y El último hombre vivo (1971), ambas con discreto éxito. La que ahora nos atañe, a pesar de contar con un presupuesto enorme y una fotografía grandiosa, tampoco llegará a convertirse en un mito del cine de ciencia ficción, pero sí será una película que tendrá una notable acogida en la taquilla por dar ese morbillo de ser tan catastrofista.

lunes, 3 de diciembre de 2007

La habitación de King


La mente de Stephen King está absolutamente enferma. Tiene vida propia, actúa por su cuenta, crea huyendo del raciocinio y transforma la realidad, como una voz nacida de la esquizofrenia a la que se le otorga una figura, una sombra. Poder, al fin y al cabo. Y con poder se puede hacer todo. “En este mundo si consigues el dinero consigues el poder, y si consigues el poder consigues a la chica”, decía Al Pacino en Scarface. Ésa es precisamente la mayor virtud del escritor de Maine, fabricar éxitos con esa prodigiosa imaginación de ultratumba.

Después de joyas como El Resplandor, Carrie, It y Misery, llega a nuestras pantallas 1408, otro de esos productos basados en best sellers escritos por autores de renombre. Empiezo a plantearme seriamente la idea de que los guionistas de la meca del cine están perdiendo ingenio y chispa. La fuente de ideas se está agotando, y cada vez son más frecuentes los recursos de adaptaciones de videojuegos o cómics con fama mundial (que según los más puristas son el anticristo de la educación) y las secuelas inertes y planas. Pero mientras quede salsa en el plato mejor seguir rebañando y disfrutar como se pueda. Así, 1408 se presenta como una película dedicada a los amantes del terror psicológico, ese que deja a un lado los sustos para crear una atmósfera un tanto incómoda y demente.

Michael Enslin, protagonista en la novela e interpretado en la película por un sobrio John Cusack, es un novelista de terror que no cree en los fenómenos paranormales. Frustrado por ello, su principal dedicación es buscar lugares que le abran los ojos con una experimentación directa del miedo. Mansiones abandonadas y lúgubres dormitorios en albergues de carretera son algunos de los más frecuentados, pero todos con idéntico resultado. En este percal recibe un día la llamada de uno de sus contactos en New York, que le aconseja hacer una visita obligada a la habitación 1408 del Hotel Dolphin. Allí, el gerente Gerald Olin, interpretado durante 10 minutos por Samuel L. Jackson, (menudo papelón…) intentará convencer a Enslin de no alojarse en la estancia maldita donde han muerto más de 50 personas, aunque sus deseos caerán en saco roto.

Acompañado siempre de su grabadora, Enslin reserva una noche en la siniestra habitación decorada por King, a la que el director Mikael Hafstrom le dota de una excelente apariencia fúnebre. En todo momento desprende esa desagradable y a la vez suculenta sensación de locura, de expectación por saber hasta qué punto puede llegar la perturbada creatividad de King y atraparnos dentro del cuarto con Enslin. Entre sus cuatro paredes se desarrolla durante una hora un miedo especial, sin sangre, sin vísceras. Quien se siente a verla que no espere aullar de pánico, porque eso no es lo que pretende.

La ambientación es magnífica, bien alimentada por unos cuantos efectos especiales que unidos al atractivo planteamiento dotan a la película de una notable continuidad. Sin embargo, algo falla. No es la interpretación ni el guión, sino el último bordado, el que busca perfeccionar la obra eliminando todos los flecos. Le falta chispa, un poco más de tensión. Supongo que la historia original de King será mucho más poderosa, quizás porque las letras regalan al lector la capacidad de imaginar y recrearse sus propias paranoias, lo que permite a la novela jugar siempre con algo de ventaja. Además el final es un tanto descafeinado, que no predecible, y más de uno acabará decepcionado por los últimos diez minutos.

1408 es uno de esos claros ejemplos de películas por las que nadie pagaría para ir al cine pero que todo el mundo bajaría del emule para ver (el pirateo está a la orden del día, que nadie se asuste de lo que acabo de decir). Probablemente el guión original de Stephen King se mereciera aún más, pero en general el film reúne las características idóneas para verse a las 3 de la mañana en casa, solo, con un refresco, para después irse a dormir sin exceso de desengaño. Los amantes del terror te queremos, Stephen.

martes, 27 de noviembre de 2007

[REC] o la cafeína cinematográfica

Cuando se cumplen las expectativas que un cinéfilo tenía depositadas sobre una película, en el mismo momento en el que llegan los créditos y queda extasiado le da igual el resto del universo. En su cabeza relampaguean constantemente imágenes del film, sus escenas cumbre, sus diálogos más simbólicos. Si a este bombardeo de fotogramas mentales le inyectamos una dosis desproporcionada de terror y angustia obtenemos la noche después de ver [REC], ese producto que conmocionó a la audiencia en el Festival de Sitges e hizo apartar la mirada de la pantalla a más de uno.

Si en sus diez primeros minutos [REC] da la sensación de que vaya a convertirse en una hora y media de tedio, durante el resto de la película borra de un plumazo las caras de decepción de aquellos que ya se arrepentían de haberse dejado un puñado de euros en semejante bodrio. “Joder, acabo de desperdiciar 7 cañas”, pensarían muchos. Pero lo que no tenían en cuenta era una ley natural que reza que no se debe subestimar aquello que uno desconoce, o acabará por venirle demasiado grande. Así se sucedió la película, con un tono ascendente que desemboca en veinte minutos finales de auténtico pavor.

Pero vayamos por partes. Ángela, periodista de un canal de televisión local, y su compañero Pablo como cámara se encuentran realizando un reportaje sobre el cuerpo de bomberos de Barcelona. La noche transcurre tranquila y aburrida hasta que una llamada les lleva a un edificio en el corazón de la ciudad, donde descubren las quejas de una comunidad de vecinos por los chillidos de una anciana en el segundo piso… y comienza el minuto 11. Y con él llega la oscuridad, los giros de cámara asfixiantes, los gritos, los mordiscos y los respingos. Los pitillos que se estaban fumando los quinquis de la última fila se apagan con un gemido ahogado. “Que no me vea la novia”, pensarían ahora. Pero ya era tarde, se habían sentado y respiraban, se habían convertido en un espectador más, susceptible de no dormir esa noche por la conmoción.

Porque si algo hay que destacar de [REC] es, sin duda, el agobio y la claustrofobia que transmite. Los personajes son enormemente creíbles y cualquiera estaría familiarizado con ellos: Un argentino excéntrico, una pareja de abueletes con ligera chochera, una familia china que no sabe prácticamente nada del castellano… En fin, la historia podría desarrollarse en nuestro bloque de al lado. Además, el edificio ya de por sí es tétrico, antiguo y que invita a no alquilar jamás una habitación en él. Todos los factores se orquestan fabulosamente, incluso tendrán el poder de sugestionarnos hasta tal punto que nos convertiremos en propios actores, mordiendo a nuestro vecino de butaca en medio de un aullido o clavándole las uñas hasta el cúbito.

Los efectos de luz, a diferencia de Holocausto Caníbal y El proyecto de la Bruja de Blair (precursores del cine de terror en perspectiva de primera persona), son sublimes y siempre en su justa medida. Los planos no son ni descaradamente oscuros como para dejar implícita la tensión del momento ni excesivamente iluminados para no mostrar los posibles deslices en el maquillaje. Los sobresaltos serán una constante y en ningún momento sabremos cuándo daremos el bote de manera exacta, lo que le da un toque permanente de emoción o de intranquilidad, según se vea.

En definitiva, [REC] se ha consagrado como la mejor película de terror española de todos los tiempos y poco, muy poco, le falta para alcanzar el oro a escala mundial. Parecerá una exageración, pero todo es cuestión de gustos e impresiones. Su soplo de aire fresco al género, que bien lo necesitaba, y la perfecta interpretación de su plantilla de actores lo dota de unos rasgos soberbios. Tanto es así que su guión se ha convertido en carne de cañón en el mercado cinematográfico. Hollywood ya ha comprado sus derechos para hacer un remake (cuyo nombre será Quarantined) y los asiáticos apostaría el tabaco de un mes a que se lo están pensando. Olé, olé y olé.